La vida, sin duda, nos sitúa ante situaciones políticas inverosímiles y rocambolescas. Para algunos puede ser la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca de los Estados Unidos o la de Javier Milei a la Casa Rosada de Argentina. Para otros la permanencia de Nicolás Maduro en Venezuela o la salida de Gran Bretaña, mediante referéndum, de la Unión Europea. Perplejidad, sin duda, es la palabra dominante.
Tras una fase de indignación llega la fase perplejidad por los hechos presentes y perplejidad por los hechos que vendrán en el futuro. La incertidumbre fundamenta todo análisis de nuestra época. No hay cálculos fiables ni previsiones probables.
EL PUEBLO
Por un lado tenemos al pueblo que no sabe lo que quiere, que cuestiona cada vez más a la autoridad y, al mismo tiempo, va perdiendo su identidad al vivir en una sociedad muchísimo más heterogénea que la de cualquier otra época. El concepto “pueblo” dista mucho de encontrar una respuesta única y, sin embargo, no dejan de aparecer diversos personajes e iniciativas que se arrogan la categoría de guías y líderes del “pueblo”, e insisten en que tienen la capacidad de fijar esa voluntad popular, sin consultar y sin estudiar nada. A este tema se agrega el de los "expertos" -que generan un debate por sí mismo- y han conducido a sus países a errores nefastos en el ámbito económico, precisamente por la naturaleza de incertidumbre que invade cualquier posibilidad de pronóstico futuro y, sin embargo, siendo efectivamente nefastos sus resultados precedentes, tienen la capacidad de ampararse en sus conocimientos técnicos para predecir nuevas situaciones y arreglar problemas de los que, en muchos casos, si no han sido sino generadores, cuando menos han sido cooperadores necesarios.
LA IDENTIDAD
Por su parte la cuestión de la identidad descansa en un razonamiento simple y antiguo: "nosotros y ellos". Se traza una línea divisoria y se establecen los posicionamientos oportunos. Sin más miramientos. Pero estas cuestiones responden al ámbito político, no a cuestiones innegociables. Entran en discusión el crecimiento político y ciudadano de las sociedades, porque el objetivo de la política es conseguir que la voluntad popular sea la última palabra -pero no la única-, que el juicio de los expertos se tenga en cuenta -pero que no nos sometamos a él-, que las naciones reconozcan su pluralidad interior y se abran a redefinir y negociar las condiciones de pertenencia, pero el trasfondo ideológico de estas tres cuestiones pone en relieve que existe un cansancio ante la política por sus formas totalmente alejadas de la ciudadanía. También es notorio el malestar de amplios sectores de la ciudadanía por la reconfiguración del capitalismo financiero y, por supuesto, se aprecia un desgaste innegable del modelo multicultural.
Este descontento de la ciudadanía y su indignación generalizada no trajo soluciones firmes pero si perplejidad. Nos movemos entre las soluciones de los que no saben nada y las soluciones de los que lo saben todo.
LO QUE NO SUCEDERÁ
Se debería abrir una época de reflexión, de consulta, y del avance de la ciudadanía en la toma de responsabilidades. Una sociedad más horizontal. Podría ser esta la mejor época para la reflexión y el análisis con el objetivo de evitar los extremos y las soluciones cortoplacistas, considerando que no hay certezas y si una incapacidad manifiesta y constatable de presentar pronósticos más o menos realizables. Bueno, sencillamente no se puede.
¿Y por qué no se puede? Porque los hechos muy relevantes sucedidos que no se pudieron siquiera vislumbrar llenaron de incertidumbres y generaron consecuencias y conceptos nuevos. Por ejemplo: la «posverdad». El volumen masivo de información de la que disponemos no es asimilable ni digerible. Los medios de comunicación cambiaron su cometido fundamental: informar con rigor por el de administrar esa cantidad ingente de datos para que el ciudadano pueda tener una aproximación a los hechos que suceden de verdad. Ese vértigo informativo lleva a una sociedad acelerada que cambia permanentemente y busca, en ese contexto turbulento, tranquilidad y certezas. Pero en la necesidad de predecir o adelantarse al futuro la tranquilidad y las certezas son una quimera.
Las situaciones injustas indignan, pero no se pueden solucionar puesto que el futuro es más impredecible que nunca. Las sociedades se convierten en más inestables y aparecen posiciones que remiten a un pasado que si bien no era mejor, al menos era más predecible. Era más lineal. Se apela obviamente a los sentimientos y se prescinde en mayor medida de la pausa y la reflexión porque la sociedad vive en una permanente precipitación. Los pronósticos fallan una y otra vez y la sinrazón avanza y gana terreno. Se aviva el descontento y la perplejidad. La falta de certezas deriva en una ciudadanía que se mueve por impulsos; prima la rapidez y el aquí y ahora, y prescinde de la reflexión y el análisis. Gana la emocionalidad.
La democracia por su propia definición debe ser compleja. Sin embargo, estamos acostumbrados a que nos presenten personajes maniqueos. Aquello que hasta hace poco tiempo tenía una función de aclarar los hechos y darles cierta consistencia temporal desaparece. Llega el punto de que resulta hasta difícil identificar quienes son de los “nuestros”. Ya no es tan fácil categorizar. Una realidad repleta de paradojas y de hechos impredecibles terminó ocurriendo. Lo que parecía imposible que sucediera, sucedió.
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