Hace un tiempo escuché a alguien decir: "Ni las personas que desconocen quién fue Napoleón ni los gordos que siguen comiendo donuts deberían poder votar". Para esta situación existe la Epistocracia. La solución que planteaban Platón y John Stuart Mills hace siglos.
Son varias las voces qué viendo el avance de distintos populismos, el deterioro de la democracia en occidente y la anormalidad de ciertos candidatos, se pregunta si el sufragio universal no fue una absoluta temeridad. Llevamos 65 años investigando y midiendo cuánto saben los votantes, y los resultados son bastante deprimentes. Sabemos que la democracia tiene fallos sistemáticos y deberíamos considerar otras alternativas.
El planteo pasa porque en general los votantes son unos ignorantes. Hay ciudadanos tan desinformados que se deberían abstener de votar por propia responsabilidad. Después están los fanáticos que solo siguen la información política de su partido con el mismo sesgo de quien apoya un equipo de fútbol. Luego están los que estudian y se interesan por la política con objetividad científica; respetan las opiniones opuestas y ajustan cuidadosamente las suyas. Pero esta gente lamentablemente no suele superar el 30 % del electorado.
En las encuestas en vía pública se puede observar que, sobre información política, algunas personas saben mucho, la mayoría no sabe nada y muchísima gente sabe menos que nada. El votante promedio tiene una memoria de seis meses hacia atrás y algunos piensan seis meses adelante. La mayoría solo piensa en el presente.
Encuestas realizadas en diversas capitales de Latinoamérica confirmó que a más de la mitad de los votantes la política les interesa poco o nada, más de la mitad no sabe votar en blanco o impugnarlo, y sólo tres de cada 10 electores acertarían el número de diputados que hay en el Congreso de su país.
Winston Churchill ya había observado esto cuando lanzó su frase "El mejor argumento en contra de la democracia es una conversación de cinco minutos con el votante medio". Las democracias contienen un defecto esencial al extender el poder a todos los ciudadanos, han eliminado cualquier incentivo para que cada votante utilice su poder con criterio. El votante sabe que su decisión individual nunca resultará determinante y que tiene tantas posibilidades de cambiar un gobierno con su elección como de ganar la lotería. Así que, qué más da, por qué preocuparse.
El problema que la suma de votantes sin criterio puede condenar al resto de la ciudadanía, de modo que elegir un candidato u otro no debería ser como elegir entre pasta o pollo en un vuelo en avión. En la práctica nuestro futuro está en manos de electores irresponsables.
Con el retorno de los populismos y decisiones como el Brexit, la palabra epistocracia vuelve a ser escuchada en diversos ámbitos. Los demócratas afirman que es una propuesta indeseable e impracticable, sin embargo, el argumento moral sí se sostiene. Porque la necesidad de que el ciudadano se tome en serio un derecho que ha costado mucho universalizar, implica que se tome en serio a sí mismo.
Quien no se toma en serio el ejercicio del sufragio está contaminando las urnas y la democracia. Sin embargo, algunos opinan que la democracia no es un fin en sí mismo y que no puede reducirse todo el sistema sólo a información o conocimiento. Otros críticos de la epistocracia dicen que es el primer paso hacia el totalitarismo o hacia la tecnocracia, sin embargo, el planteo es que no se trata de dar el poder a los mejores, sino de quitárselo a los peores, porque no son los políticos los que corrompen a los votantes sino al revés.
Para conducir un vehículo o ser gasista hay que tener una licencia especifica; ¿por qué no un votante? Los niños no pueden votar porque desconocen por completo las consecuencias de su voto, pero el sistema avala a un adulto que también ignora las consecuencias de su voto, pero en este caso, simplemente por desinterés.
Una opción sería que los ciudadanos puedan adquirir el derecho al voto si pasan un examen previo de conocimiento político básico. Por otro, el voto plural, que implica que cada ciudadano tenga un voto, pero los más competentes puedan conseguir votos adicionales. Sí, que los ciudadanos más competentes y con más conocimiento político tengan más poder político que los menos competentes.
Probablemente la democracia sea el mejor sistema, pero tiene un problema intrínseco de incentivos. Se incentiva a las personas a no pensar políticamente y al mismo tiempo se les requiere que tomen decisiones complicadas; la epistocracia sería la forma en que el público informado logre lo que quiere y no lo que el público desinformado quiere.
Es obvio que este sistema genera muchas dudas. Por ejemplo, ¿Quién decide qué es estar bien informado? ¿Quién elige a los que eligen? Los más críticos opinan que la epistocracia es una aversión a la democracia, y un terror a la multitud, sin embargo, nadie habla del costo de elegir malos gobiernos, porque, en definitiva, el sistema epistocrático también sufriría los fracasos y abusos del gobierno al igual que sucede con la democracia. Un punto a favor de los críticos es que los ricos tienden a tener más conocimiento político que los pobres, los que tienen empleo más que los desempleados, los hombres más que las mujeres.
Un electorado epistocrático sería más blanco, más rico, con mejores empleos y más masculino que uno democrático. Tanto un sistema como el otro serán imperfectos y defectuosos. La pregunta es qué sistema funcionaría mejor.
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