La mayoría de los filósofos se limitan a comentar ideas de otros, o a hacer especulaciones estériles: no abordan problemas nuevos, no se enteran de lo que pasa en las ciencias y las técnicas, ni se ocupan de los principales problemas que afronta la humanidad. Por ejemplo, los ontólogos imaginan mundos posibles pero ignoran el único real; los gnoseólogos siguen creyendo que las teorías científicas son paquetes de datos empíricos; los filósofos morales discuten a fondo el problema del
aborto, pero descuidan los problemas mucho más graves del hambre, la opresión y el fanatismo. Y los filósofos de la técnica suelen, ya elogiarla, ya denigrarla, sin ver que hay técnicas malas y otras buenas, y que incluso las buenas pueden tener resultados perversos, tales como el desempleo.
La crisis actual de la filosofía: profesionalización excesiva; confusión entre filosofar e historiar; confusión de oscuridad con profundidad, al estilo de Husserl y Heidegger; obsesión por el lenguaje, al estilo de Wittgenstein; idealismo (por oposición al materialismo y al realismo); atención exagerada a miniproblemas y juegos académicos; formalismo insustancial y sustancialidad informe; fragmentarismo y aforismo; enajenamiento de los motores intelectuales de la civilización moderna: la ciencia y la técnica; y permanencia en la torre de marfil.
Lo cierto es que el posmodernismo, y en particular el llamado "pensamiento débil", han hecho estragos en las facultades de humanidades. Pero no ha afectado a las facultades de ciencias, ingeniería, medicina, ni derecho. En éstas hay que pensar correctamente y hay que controlar la imaginación con datos empíricos. El "pensamiento débil" sólo incapacita intelectualmente a estudiantes de las facultades de humanidades.
Tradicionalmente, la filosofía ha intentado dar respuestas a cuestiones trascendentales para la condición humana, a través de diferentes escuelas de pensamiento. ¿Podemos decir que ya sabemos quiénes somos, de dónde venimos y a dónde vamos?
La filosofía no se ocupa de averiguar quiénes somos, de donde venimos ni adónde vamos. La biología, la sicología y las ciencias sociales se ocupan de estos problemas. Por ejemplo, la biología evolutiva ha averiguado que los humanos y los monos antropoides tenemos precursores comunes; la antropología, la sicología y la sociología muestran que somos animales emocionales, intelectuales, trabajadores y sociables; y la historia y la politología sugieren que la humanidad no se dirige a ningún punto fijado de antemano, sino que, como dijo el gran poeta Antonio Machado, hace camino al andar.
La ciencia ha resuelto muchos de los problemas que fueron planteados originariamente por filósofos. Por ejemplo, los físicos y químicos han contestado la pregunta por la naturaleza de la materia, el espacio y el tiempo; los biólogos nos dicen qué es la vida; y los neuropsicólogos han develado el misterio del alma. Estas respuestas han dejado sin ocupación a los filósofos especulativos, pero han alentado a otros a reforzar los vínculos de la filosofía con la ciencia. Por ejemplo, el filósofo de la mente puede, ya ignorar la neuropsicología, ya usarla para formular nuevas preguntas, tales como qué son la creatividad y la conciencia, y cómo emergen la razón y la sensibilidad moral.
Mientras quede gente curiosa, seguirán emergiendo problemas nuevos, cuya investigación arrojará nuevos resultados. Pero también podemos prever que, si se descuida la investigación básica, la ciencia decaerá, y con ella la técnica. El que vayamos para adelante o para atrás depende exclusivamente de la ciudadanía en el caso de las democracias políticas, y de los mandalluvias en las demás.
También debemos reconocer que algunos filósofos están preparados para hacer frente a grandes novedades de la cultura, y otros no. Los primeros intentan mantenerse al día con algunas disciplinas, mientras que los segundos prefieren refugiarse en el pasado. Siempre ha ocurrido así, y es presumible que así seguirá ocurriendo. Lo que importa es la calidad de los innovadores y las oportunidades que tengan para investigar libremente. En la Revolución Científica (y Filosófica) del siglo XVII participaron solamente unas 200 personas, entre ellas Galileo, Descartes, Kepler, Harvey, Gilbert, Boyle, y sus discípulos. Los filósofos puros que vinieron después, en particular Berkeley, Hume y Kant, fueron contrarrevolucionarios, puesto que volvieron a poner al sujeto cognoscente en el centro. Es triste constatar que, salvo excepciones (como Aristóteles y Descartes), los filósofos han ido contra el progreso.
A eso hay que sumarle que nuestra sociedad padece una profunda crisis de valores que aparenta ser el reflejo de la crisis de la filosofía, pero la filosofía, en particular la axiología, puede decir mucho acerca de los valores. Por ejemplo, que no existen de por sí, sino que son inventados y destruidos por los seres vivos; que los hay individuales, como el bienestar y la verdad, y sociales, como la justicia y la paz; que todos los valores son analizables a la luz de la razón y de la experiencia; etc. También los psicólogos sociales, antropólogos y sociólogos pueden decimos mucho acerca de los valores. Por ejemplo, se sabe que la gente se vuelve egoísta cuando se la oprime, porque el instinto de preservación prevalece sobre todo lo demás. También se sabe que la obsesión por el dinero tiene el mismo efecto socialmente disolvente. Y se sabe que los valores varían con las sociedades. Por ejemplo, la lealtad, la honestidad y la integridad familiar se aprecian más en las sociedades tradicionales que en las modernas. En cuanto a la preservación de la especie y el progreso, dependen del tipo de sociedad que elijamos. En este punto, los filósofos debieran de cooperar con los científicos sociales, para diseñar sociedades en las que se protejan los intereses individuales sin merma de los colectivos.
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