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La estupidez humana


Jorge Luis Borges entendía que el primer síntoma de la inteligencia es la estupidez, de modo que podría ser que la estupidez no fuese tan tonta. Para aprender de la estupidez propia antes hay que ser inteligente para saber que se es tonto, y si bien la inteligencia es un bien escaso, por contrapartida la estupidez abunda. El propio Buda eligió a Nanda, el único discípulo que no le entendía, para difundir su palabra entre los hombres.

La estupidez abunda, pero ha sido poco estudiada. Sí abundan colecciones de aforismos y frases de gente célebres sobre lo estúpido que es todo lo que nos rodea. Sin embargo, le debemos todo a la estupidez. Sin ella ni siquiera hubiéramos nacido. Le debemos a ella el matrimonio de nuestros padres. El matrimonio, sin estupidez, no existiría, pensaba Erasmo en 1511. Los matrimonios se deben al enamoramiento, que es el estado más estúpido posible. "Cuanto más absoluto es el amor, mayor y más feliz es su delirio". Nacemos gracias a la estupidez y, tras la muerte, no quería Erasmo ni imaginar la existencia celestial si se supone que era el amor pleno.

Lo que Balzac contó en diez mil páginas, Erasmo lo resumió en un párrafo: "El que reúne toda la comida que puede y se la traga a la fuerza, para luego morir de hambre. Aquel que cifra toda la felicidad en dormir y no hacer nada. No faltan los entrometidos en negocios ajenos que descuidan los suyos. Uno que lo gasta todo y se cree pudiente con la riqueza ajena, pero se codea con la ruina. Otro, cuya máxima felicidad es vivir pobre para enriquecer a su heredero. Ese se juega la vida, que ninguna fortuna puede recuperar, persiguiendo una ganancia exigua e insegura por todos los mares y vientos. Aquel prefiere buscar la riqueza en la guerra que permanecer en casa tranquilo. Algunos creen que nada hay más cómodo para hacerse rico que pescar viejos sin hijos, y no faltan los que prefieren echar miradas tiernas a viejas acomodadas. Aún más divertidos para los dioses espectadores suelen ser los que resultan engañados por aquellos mismos a los que pensaban desplumar". En este párrafo está comprendido prácticamente todo el universo del catolicismo romano.

El germano Jean Paul Richter publicó Elogio de la estupidez en 1782 y recomendaba cautela con los estúpidos, aunque bajasen la guardia: "Es cuando llora cuando más hay que temerlo, igual que el cocodrilo se lamenta con voz de hombre cuando quiere engullir a un ser humano".

El estúpido es firme en sus convicciones: "Siempre está sereno, porque está demasiado ciego como para distinguir algo terrible, por eso se muestra siempre igual en sus opiniones". y sentenció: "estúpido no es quien no comprende algo, sino quien comprendiéndolo actúa como si no lo entendiera".

El escritor del Siglo de Oro español Baltasar Gracián formuló otro acertijo budista: "En las cortes reina la ficción y para mentir se necesita inteligencia, entonces ¿por qué las cortes de la historia están pobladas con profusión por estúpidos?".

En 1866 un discípulo de Hegel, Johann Eduard Erdmann, pronunció en la Universidad de La Haya una conferencia titulada Sobre la estupidez. Cuando lo anunció, el auditorio se partió de risa en su cara. Carcajadas que confirmaban su tesis: "La estupidez, escuchar estupideces, contribuye a la ilustración". A partir de ahí, Erdmann estableció unos principios firmes sobre cómo reconocer la estupidez. y pistas en el lenguaje: "Allí donde el sensato expresa una ligera duda, el estúpido dice “esto es así”, donde aquel dice “me parece”, el estúpido dice “ya se sabe”. En vez de “algunas veces”, al estúpido se le oye decir “siempre”, en vez de “algunos”, se oye “todos”".


En el siglo XX, Walter B. Pitkin realizó un manual de seiscientas páginas para poder lidiar con ella en los tiempos modernos. El autor consideraba que la estupidez era abundante y copaba el mundo de la política y las finanzas. En 1969, el catedrático Laurence Peter, explicó este fenómeno con un principio que lleva su apellido: "En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta alcanzar su nivel de incompetencia» o «con el tiempo, todo puesto en una jerarquía tiende a ser copado por un empleado que es incompetente para desempeñar sus obligaciones".

Pitkin cifraba en los treinta y cinco años la edad en la que el cerebro empieza a encoger, pero antes, a los diecisiete años, uno ya va perdiendo facultades perceptivas lentamente. Si tenemos en cuenta que suele ser a partir de los cincuenta cuando la gente alcanza las posiciones sociales más elevadas, especialmente en la política, ya sabemos cual es el resultado.

Robert Musil en 1937 ofreció una conferencia en Viena inspirada en la de Erdmann y con el mismo título, Sobre la estupidez, y recomendaba, si no la estupidez para los humildes, sí al menos saber fingirla. Para el débil es más prudente no pasar por sabio, la sabiduría puede amenazar la vida de los más fuertes, advirtió. Aceptaba que existía una estupidez honesta, la cual, paradójicamente, era señal de inteligencia, basada en una debilidad de la razón

Después de la II Guerra Mundial, el húngaro István Ráth Végh, abordó el asunto con un tratado: Historia de la estupidez humana. Tras su fallecimiento en 1959, un vecino suyo de Budapest, Paul Tabori, se interesó inmediatamente por el tema y publicó otra Historia de la estupidez humana donde plagiaba por completo la obra de Ráth Végh y ha llegado hasta nuestros días en sucesivas reediciones. En su copia, Tabori añadía un primer capítulo, La ciencia natural de la estupidez, donde demostraba un gran dominio de la materia. Proclamó: "Sea cual fuere el centro de la actividad individual, el hombre aspira a destacarse sobre del resto (…) al mismo tiempo, teme que su intención sea evidente o demasiado evidente" Ya saben por qué: si se notase, parecería estúpido.

LA ESTUPIDEZ EN EL TIEMPO

Cuando María Antonieta quedó embarazada, las damas de la corte se colocaron cojines en el vientre debajo del vestido para "armonizar con el bendito estado de su majestad". Cuando el bebé tuvo su primera y feliz deposición, fue aplaudido y pocos días después los tintoreros y tejedores de París pusieron de moda el color "caca-Dauphin". Más adelante, cuando el rey Luis XIV tuvo una fístula y fue operado de ella, quienes tenían la misma dolencia se sintieron afortunados. Pero los que tenían sano el recto, acudían secretamente a los cirujanos para que, pagándoles una suma de dinero, les operaran también el ano, aunque no tuvieran nada. Cuando Dionís, uno de los médicos más conocidos, se negó a intervenir a un noble con un culo perfecto, su paciente exigió ser atendido, porque la operación podría ser dañina para él pero nunca para el galeno.

En 1519 hubo un proceso judicial en la localidad tirolesa de Stelvio, que ahora pertenece a Italia, donde un magistrado inició una causa contra los ratones de campo que destruían las cosechas. Hubo abogado defensor, fiscal y testigos. En la sentencia se obligaba a los roedores a abandonar el pueblo. También aparece la condena a muerte de una yegua en 1692. En 1499 se metió en la cárcel a un toro. En 1386, un cerdo fue ejecutado en el patíbulo, al que fue conducido en trineo. En Rusia se envió a Siberia a un carnero y, en un proceso contra un perro en Baja Austria por morder a un alcalde, se sabe que el can fue condenado a un año y medio de cárcel.

En 1691, la Sociedad Alemana de Medicina e Historia Natural publicó un boletín para tratar con el diablo. Entre otras recomendaciones, aconsejaba disparar con el mosquete contra hombres sospechosos de estar poseídos por Satanás introduciéndose previamente las balas en el culo. Si fuese a ser abatido con arco, bastaba con hundir la punta de la flecha en estiércol. En cuanto a medicina, un galeno de Münster, en Westfalia, Heinrich Cohausen, dijo descubrir que el aliento de los jóvenes, administrado en dosis frecuentes, alargaba la vida hasta los ciento quince años. El método de Hermippus se llamó. Y tuvo especial éxito en Londres, donde se sabe que un caballero alquiló un aula de un colegio de señoritas con el fin de inhalar en largas sesiones el aliento de las niñas.

En El que no lea este libro es un imbécil, de Oliviero Ponte di Pino, de 2000, se relaciona la estupidez con el progreso humano: "el comportamiento estúpido no es típico de un hombre, sino que probablemente es evolutivo, en la medida en que concierta el cerebro del individuo con lo que hace, garantizando su supervivencia cultural y por consiguiente física"

Cuando Dostoyevski quiso abordar la creación de un personaje que fuese absolutamente bueno y positivo no le quedó más remedio que titular su obra El idiota.

Finalmente, Karl Klaus le dio a los periodistas un truco infalible para triunfar: "volverse tan estúpido como sus lectores, para que estos se crean tan inteligentes como él".  

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