La llamada contracultura siempre ha vendido. Inventado por los burgueses como Kerouac y compañía, se juntaban en los bajos fondos mezclándose en tugurios con los hipsters originarios: los músicos de jazz y los negros de Harlem que mezclaban la jerga jive, el bourbon y la hierba para poder soportar mejor la estupidez humana. Esa estupidez humana hacía que una élite intelectual del Greenwich Village neoyorkino los reivindicara como si fueran uno de los suyos. De esa subcultura, que tenía más de lenguaje que de filosofía, de los años 40 o 50, no quedó nada. Aquellos jóvenes, locos por el bebop, solo buscaban abstraerse de la sociedad de pos guerra, buscar un espacio nuevo y reivindicarlo, pero terminaron mirándose el ombligo. “El hipster, antes individualista, recalcitrante, poeta underground y guerrillero, se había transformado en un pretencioso poeta laureado que se dejó comprar y exhibir en el zoo” , dijo Anatole Broyard en su ensayo Retrato del Hipster. Muchos años d...